30 marzo, 2010

As de corazones


Trigésimo segunda vez que Anna soñaba con aquella oscuridad, de pie en una estrecha galería natural escuchando el fluir del agua lejana y profunda. Siempre despertaba con ese sabor metálico en la boca.
Ducha, zumo, cigarrillo y de camino al mercado municipal, magdalena de chocolate.

Susana y una habitación repleta de artefactos mecánicos, cajas de colores y todo tipo de objetos inclasificables para ilusionar a un público sugestionado por un nombre demasiado rimbombante. De todas las cosas que "El Gran Mago Romulodosfoskin" desechó cuando abandonó su profesión, su casa y su mujer, ella sólo conservará una vieja baraja de picas rojas y corazones negros.




Trigésimo séptima. Abrió los ojos, era su cumpleaños. Pensó, como cada día, en no ir al instituto y así lo hizo. Se fue al lago y tomó el sol semidesnuda sobre la hierba. ¿Por qué debía seguir yendo a la escuela, ya tenía dieciocho y aún no había acabado la ESO?

Susana y un teléfono antiguo sobre una mesita de tres patas, naranja pastel, a juego con el recibidor. Se supone que no volverá nunca a aquella casa, sus maletas en la puerta y un taxi que, por tercera vez, suena, impaciente. Susana no mira hacia atrás antes de cerrar la puerta.



Trigésimo novena. Esta vez no tenía prisa por levantarse, ya no trabajaba los sábados. Se quedó mirando la mitad que podía ver, del retrato de papa, colgado en el salón al fondo del largo pasillo. Por fin había contestado a sus cartas y ya no usaba aquel tono infantil como si pensara que aún era una cría. La luz entró y llenó el piso. Sólo faltaba descolgar el cuadro, gracioso le pareció esta vez, verlo disfrazado con ese turbante negro a juego con la carta que sostiene en su mano derecha y apoya sobre el corazón. Mañana estará con él, otra ciudad... gente nueva que conocer.

Anna cargaba con el cuadro perfectamente embalado, saliendo del portal de su ya antiguo piso.
- Hola.
Susana entraba en el edificio de su nuevo piso y dejaba la primera de sus maletas en el vestíbulo.
- Buenas tardes.
- Perdone señora, ¿me vigila el cuadro, mientras pido un taxi?
- ¡Ah! pues si esperas a que descargue mis cosas te llevas el mío.

En el trasiego el taxista, poco hábil, rasga el embalaje del cuadro mientras intenta colocarlo en el maletero y a la vez golpea el bolso de la señora que insiste en pagar, preocupada por sus maletas desamparadas en el portal.

La misma imagen que deja entrever la rasgadura del embalaje, la única carta boca arriba de la baraja esparcida por el suelo que ha caído del bolso.



Susana y una cama desecha, un sabor metálico en la boca le recuerda el sueño extraño que se repite ya por cuarta vez, oscuridad y agua en una gruta profunda, lejana. Desde la cama mira inconscientemente, al fondo del largo pasillo, en la pared vacía la sombra rectangular que dejó un cuadro que ahora no está. Con una chincheta Susana colgó esa carta de la baraja justo en el centro del rectángulo. Sólo ve la mitad del as de corazones y se le antoja que ya no es negro, pues parece una pica.

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